domingo, 8 de julio de 2018

El desafío que deja el U17

Argentina fue local en el Mundial U17, como hacía 13 años que no le pasaba a un seleccionado nacional (la última vez fue en el Sub21 de 2005), y el recuerdo lleva rápido a pensar en lo mal que se trató a aquellos chicos, entre los que estaban Axel Weigand, Bruno Oprandi, el Pitu Rivero, Matías Sandes y Leo Mainoldi, por el sexto puesto final en Córdoba y Mar del Plata. Claro, por entonces estaba fresca la medalla de oro olímpica y todos soñaban con un podio que quedó lejos. Ahora las expectativas eran otras, pero el equipo de Diego Lifschitz terminó 11º, y no solo queda un sabor amargo, sino un signo de preocupación de cara al futuro. Nuestra selección no estuvo tan lejos de meterse entre los primeros ocho, pero en el balance final perdió con Francia, Croacia, Montenegro y Serbia, y apenas le ganó a Filipinas, China y Mali.

La diferencia física que siempre existió con las potencias europeas parece potenciarse en esta categoría y con este grupo. Estos chicos nacieron en 2001 y 2002 (los años de la gran crisis del país) y no son culpables por eso, pero para todo el básquet argentina dejan por delante un desafío de los grandes: el de trabajar en los físicos para achicar la brecha y también en el juego de equipo, para que lo colectivo respalde a las individualidades. No hay un Ginóbili, un Nocioni ni un Scola y quizás no vuelva a haberlos por mucho tiempo. Tampoco la potencia de salto de los afroamericanos ni los gigantes de Europa del Este. Pero mirarse en el espejo de la Generación Dorada tiene que servir para potenciar lo que tenemos, que no es poco. Porque estos chicos juegan bien. Y todo el básquet argentino debe tomar el compromiso de crecer junto con ellos. (Foto fiba.com)

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